UNAS VACACIONES ACCIDENTADAS

 

José y Araceli estaban entusiasmados. Por fin iban a poder tener 15 días de vacaciones los dos juntos en verano, los primeros en 32 años.

Al principio sí que las disfrutaban a la vez, aunque siempre en invierno dado el trabajo de los dos, él en hostelería y ella en tiendas de souvenir.  En temporada alta en Mallorca era difícil incluso tener un domingo libre y pasaron años en los que no podían ni ir a la playa un solo día en verano.

Después, cuando ella quedó embarazada, dejó la tienda porque no se veía capaz de estar 12 horas de pie y pensaron que ya que estaba haciendo el mismo maratón desde los trece años, no estaba mal descansar para dedicarse a criar al niño. Lo malo fue cuando la criatura empezó a dar menos guerra y ella sintió que la casa se le caía encima. Cada vez que José llegaba y la encontraba llorosa se lo llevaban los demonios, hasta que decidieron que lo mejor era que estudiase mientras el chiquillo crecía lo suficiente. Así, entre libros y una enfermedad rara que le descubrieron, fue pasando el tiempo.

A partir de ese momento ya no coincidieron, ella tenía vacaciones en verano y él en invierno. Al finalizar los estudios y comenzar a trabajar en una escuela, continuaron igual. Pasaron los años... un montón de años... y ya estaban resignados. 

De repente, a él le ofrecen cambiar quince días de agosto por treinta de invierno y ni se lo pensó, aceptó en el acto.

Comenzaron a programar las vacaciones temiendo siempre que el jefe se arrepintiese de la decisión. Por eso decidieron salir fuera, a Menorca, evitando la posibilidad de que los llamaran a uno o al otro desde el trabajo. Tenían por delante 15 días de tranquilidad: playas vírgenes y hermosísimas, piscina en el hotel, heladitos al atardecer, cenas al lado del mar, un poquito de juerga también,  sin pasarse. Total, una maravilla. Además, para redondear el gozo, el chico que nunca quería ir de viaje con ellos, esta vez se apuntó. Ella no cabía en si misma de la alegría.  Bajó de internet todas las canciones del verano para ir haciendo boca y un viernes a las 6 de la mañana se pusieron en marcha hacia Alcudia para embarcar rumbo a Menorca. Para hacer más llevadero el camino, llevaban la música a tope e iban cantando los tres en el coche (bueno... hay que aclarar que ella cantaba bastante más).

 

Primer día: Llegada al hotel, chapuzón en la piscina, tomar el sol un ratito, siesta y a ponerse guapos para ir a cenar.  Luego, paseo por el puerto de Ciudadela y acabaron la velada en un pub de salsa donde Araceli pudo lucir sus dotes de bailarina delante de los dos hombres de su vida, sentados en sendos taburetes y mirándola como si estuviese loca de atar.

 

Segundo día: Playa, comida en un restaurante buenísimo (y carísimo), chapuzón en la piscina, siesta y a vestirse con las mejores galas ya que estaba previsto ir a cenar a Mahón y luego llevar al hijo a ver una disco preciosa que está en unas cuevas al lado del mar, las cuevas d'en Xeroy. Araceli se puso para la ocasión un trajecito que llevaba el pantalón demasiado largo y por lo tanto tenía que ponerse zapatos de tacón muy alto, era como ir sobre zancos. A la salida del hotel había unas escaleras escarpadas. De pronto un grito y, al girarse, José e hijo ven como ella va cayendo, se pega de bruces en el suelo y tiene el pie doblado y la rodilla extrañamente torcida. La recogen y se sienta temblorosa pero diciendo: no me pasa nada, estoy bien, estoy bien... vamos. Al ponerse en pie, no puede caminar, tiene el tobillo hinchado. Vuelven a recepción, le ponen hielo y se van a cenar y a la disco, mientras va repitiendo con cabezonería: no pasa nada, estoy bien. Como la cosa no se arregla, a la mañana siguiente acaban en urgencias. Tiene un esguince en el tobillo. La vendan casi como con escayola y sale de allí con la prohibición de moverse y con dos muletas. 

 

Tercer día: Hay que ver a esa mujer a saltitos dirigirse a desayunar. Eso de las muletas no está hecho para ella.  El marido y su hijo dándole lecciones de cómo llevarlas... aunque sin resultado. La dejan en la piscina asándose de calor y Araceli (generosamente) les dice que se vayan a ver calitas, que estará bien hasta la hora de la comida, que no se preocupen...

Tanto insiste que deciden hacerle caso y se van bajo su mirada rencorosa, sin darse cuenta de que lo que quería era que le dijesen: ¡qué va!, como te vamos a dejar sola, mujer, faltaría más.

 

Pasan los días de la misma forma, ella haciendo el ridículo saltando como un canguro con muletas, con dolor en los brazos, agujetas en las costillas, calambres en las manos del esfuerzo y palabritas de consuelo de los huéspedes del hotel.

 

Al sexto día, dice que no sale de la habitación si no se quita la venda y lo dice llorando y de tal manera que a José no le queda otro remedio que quitársela. Bajan a la piscina con las muletas, se baña riendo, totalmente feliz y sin rastro de las lágrimas anteriores.

 

A partir del séptimo día, deja las muletas y deciden irse a la playa.  ¡Ay!, pero no contaban con el tiempo. Se pone a llover torrencialmente y no para en tres días. Hotel, habitación, hotel... descanso absoluto.

 

El último día, sale el sol y pueden irse a la playa, hasta la hora de tomar el barco.

 

Fin de las esperadas vacaciones: han podido bañarse tres días. Araceli vuelve a casa con el pie completamente hinchado otra vez por no curárselo bien y totalmente deprimida.  Su hijo y su marido todavía se están riendo de ella.

 

 

Araceli García López –Palma -  2003