Una mirada al pasado

 Si miro hacia atrás, entre brumas veo mi pasado y retorno a la infancia,  a la adolescencia.
Y quiero regresar otra vez, volver a la seguridad, a las risas, a sentir esos besos maternales y esa mirada tierna de mi padre.
Los tórridos veranos, en aquella casita pobre pero llena de alegría; la piscina de los militares donde nos colábamos los niños del barrio gracias a algún soldado complaciente que se ponía las órdenes por montera… allí aprendimos a nadar,  a creer que éramos  independientes y mayores porque no estaba cerca nuestra madre, sin entender que, en aquel entonces, cualquier vecino ejercía la labor de vigilante de los críos que tenían cerca y conocían.
Los primeros juegos con picardía, los primeros escarceos,  si cierro los ojos puedo transportarme fácilmente a aquellos años, años que ahora se describen en blanco y negro pero que para mí estaban llenos de color, de cariño y de calidez.
Quisiera volver a aquellas tardes de invierno, en la mesa camilla, al calor del brasero. Sin televisión, con una radio que daba seriales de terror, rondallas mallorquinas llenas de cuentos mágicos… ahora, cuando lo pienso, con tantos avances, parece que estoy hablando de hace mil años y, sin embargo, lo he vivido y sobre todo, lo he disfrutado.  Jugábamos casi sin juguetes, pero éramos felices en aquella casita que nos construíamos con 4 sillas y una manta por encima, cuando llovía y no podíamos salir fuera;  carecíamos de muchas cosas pero no de imaginación ni de alegría.
Estábamos tan unidos... todos los hermanos juntos,  había sabor de hogar, de familia, de momentos compartidos y entrañables.
Luego, la vida, nos ha ido separando, no demasiado, es verdad, pero ya no somos aquellos niños inocentes; en el camino se han quedado tantas cosas y se han perdido tantos seres queridos que a veces duele hasta recordar esos maravillosos años,  porque ya no están ellos para guiarnos, para cuidarnos y decirnos lo que tenemos que hacer en cada momento.

Araceli García López .- Palma de Mallorca