MEMORIAS DE UN DESPISTADO.

¡LA VENGANZA! (Prefacio)

-Pobre criatura...
Mi primera mirada, al despertar fue para los dos nuevos animales grandotes que se movían a mi alrededor. Me recordaban algo, pero la verdad, ya creía haberlos perdido de vista para una buena temporada.
Y mira que en cuantito me desperté y los vi por el rabillo del ojo, me hice el tonto para que no me molestasen. Pero que si quieres arroz, nada más moverme un poquitín se dieron cuenta de que me había despertado...
¡Y lo tontorrones que parecen! El animal menos grandote de los dos, el que tiene el pelo más largo se está poniendo ya de un pesado...

-Ajo, ajo...
¿Será posible? Con lo grandote que es y no pasa de ahí, tendré que responderle para que me deje tranquilo de una puñetera vez:
-¡Ajo!
Le respondí en un intento de frenar aquel parloteo sin sentido.
¡Vaya por Dios! Con cualquier tontería se ríen tanto que parece que he dicho algo interesante...
Y ahora se me acerca el animal más largo. Pues bien mirado, tiene un par de cosas brillantes en los ojos... muy interesantes. Tendré que investigarlas más de cerca. ¡Toma ya! Y el gilipollas se pone a tirarse peítos con la boca, la lengua fuera y el hocico ese... Que uno tenga que aguantar todo esto para que se dignen cogerte en brazos  tiene manteca. Es que no la aguanto más, ea...
Bueno, y ahora... ¿qué hace ésta? No tiene bastante con cogerme apenas me despierto y meterme en el caldibache ese sin sabor en el que se tira un rato dale que te pego a la cosita esa resbalosa sino que ahora me coge y se dedica acercarme y alejarme del grandullón nuevo, ¡Uy! Casi le alcanzo las cositas brillantes. A la próxima son míos.

_¡Lela y lelo!.
¡Toma por culo!, Y ahora el grandote este de todos los días también se pone a decirme pamplinas. Lela y lelo serán los dos nuevos... Lelo tú so carajote... No, si tendré que sonreír para que se pongan contentitos y me dejen ya de una puñetera vez en mi huevo... ¡Ahora! Los brillantitos del largo nuevo... pues vaya leche, no saben a nada y encima están duros. ¡A la mierda!

-¡Cuidado, las gafas!
Bueno, pues sí que se han puesto nervioso los tíos estos por los brillantitos, gafas parece que les dicen... se han tirado por ellos como los muñecos esos que vi en la tele ayer... ya les cogí su punto flaco, tío que se acerce, gañafón a los brillantitos, a ver si me dejan dormir ya de una puñetera vez...
¡Uy, uy...! Que estoy sintiendo como un apretoncillo en la pilila...

-Mira mamá, los michelines que tiene, qué gordito que se ha puesto...
¡Ostia!, Y me están quitando los pañales. No, si ahora empezará el animal grandote ese a decir lo de siempre, que si los tiene como su padre, que si más grande... Esto si que no lo aguanto más...
 Tranqui, tío, a ver si se me acercan un poquitín más, así, así... ¡Agua vaaaaa!

EL CAZADOR

Apostado tras la esquina, aquella tarde había elegido mis mejores galas, chaqueta oscura, pantalón gris, recién salido de la peluquería, estaba dispuesto a vender cara mi reputación. Cualquiera que hubiese pasado por allí me hubiese confundido con un señor que se dirigía a una ceremonia oficial: boda, bautizo o similar. Sólo la presencia de una elegante cartera de piel de diseño exclusivo rompía aquella estampa de invitado.
             Pero no, no era esa mi misión en aquellos momentos vitales de mi futuro laboral. Ocultos bajo la chaqueta llevaba unos pequeños prismáticos con el fin de poder identificar a los paseantes a la mayor distancia posible. En la cartera, dispuestos para una eventual y rápida situación de emergencia, asomaban unos impresos multicopiables y un par de folletos a todo color. En el fondo, unas chucherías de diversos colores y sabores con el fin de poder vencer las posibles resistencias de los jóvenes inocentes que cayesen bajo mi zona de control.
              Una preciosa chiquilla de unos doce años se aproximaba inocentemente a mis dominios. Miré a uno y otro lado, la zona estaba totalmente despejada. Sin lugar a dudas podría actuar impunemente en mi intención de capturar a aquella criaturita.
Pero no, otra vez, no. Una mano se posó en mi hombro y al volverme, sólo pude distinguir la sonrisa irónica de mi más temido enemigo: el Director de un colegio vecino. El odio estuvo a punto de cegarme. No tenía ojos nada más que para aquella sonrisa y las ganas de destrozar esa bocaza eran superiores a mi voluntad.
          -Es pieza no te corresponde- fue su frase, lacónica y precisa. Se alejó calle abajo y me vi condenado a ver cómo la niña pasaba ante mí con total impunidad.
Tras tres o cuatro tentativas, conseguí entablar conversación con dos niños y una pequeña, a esas alturas de mi excitación, ya no me fijaba ni en el sexo de la posible víctima ni en sus posibilidades económicas y, con visos de éxito, hasta les endosé algunos de aquellos panfletos tras conseguir reunir sus datos personales arrancándoles su firma y la promesa de venir a mis lugares de dominio...
           Cinco fueron en total las víctimas que conseguí capturar tras una ardua tarde de vigilancia y acoso.
           Al llegar a mi despacho, la Jefa de estudios se limitó lacónicamente a decirme:
            -Lo siento por ti, Manolo. Ha venido la policía preguntando por ti.... ni con su ayuda conseguimos alumnos en el barrio. Ya no quedan niños, se cierra el colegio.

LA SALVACIÓN DE MOISÉS



La verdad es que no recuerdo bien cómo fue. Desde luego, a pesar de la lluvia que caía, la visibilidad era bastante buena. En un momento determinado, se fueron difuminando las líneas laterales y centrales de la carretera, el suelo pasó a ser un espejo negro y profundo en cuyo seno se iba introduciendo mi coche con en el corazón de un infierno gélido y apagado.
Delante, a una distancia prudencial avanzaba otro coche, sus luces rojas eran el faro a seguir en aquel abismo frontal que se abría a mi paso.
La duda comenzó a apoderarse de mí. Iba sólo, unos metros más adelante y de manera insistente, mi predecesor ejercía sobre mí una extraña atracción casi hipnótica. Por un momento sentí el deseo de pararme a un lado, descansar unos momentos y reemprender la marcha ya mas tranquilo. Miré por el espejo retrovisor con la esperanza de ver algo tras la estela de agüilla que iban levantando las ruedas de mi coche. Sólo una leve neblina me acompañaba.
Delante, aquellas luces rojas se habían convertido en el único motivo de mi vida. Por unos momentos, parecieron iniciar un extraño vuelo. La calzada, espejeaba unos metros más abajo en su inmensa y brillante negrura. Por unas décimas de segundo sentí el deseo de abandonar la persecución, de seguir mi camino, completamente ajeno a aquella insólita invitación. Fueron unos momento eternos. Pero la atracción fatal de aquellas luminarias era superior a todas las voluntades.
Con la sólo fuerza de mi potencia mental di un último impulso a mi coche, transmutado en imperial nave espacial. Me sumergí en aquella etérea atmósfera conformada por un extraño gas mitad agua mitad aire. Floté a través de unas densidades que lenta e inapreciablemente iban comprimiendo mi vehículo hasta  convertirlo en una minúscula nave en la que se hubiesen concentrado todas las calores del universo mundo...
Mis gritos de socorro se extendían por el éter hasta distancias infinitas, sentí durante unos breves segundos cómo me hundía en un minúsculo y fatal agujero negro. Fui consciente de que mi salvación era ya metafísicamente imposible. Pero...
-¡Oiga! ¡Oiga!
Adiviné más que vi a un Guardia Civil de Tráfico que volcado sobre mí trataba de comprobar si aún seguía con vida. Apenas pude susurrarle un tímido “gracias, señor”. cuando él solícitamente me preguntó si necesitaba algo.
-Ya nada, gracias. ¿Qué me sucedió?
Su respuesta fue rápida y esclarecedora.
No, nada. Perdone que le haya despertado. Es que llevamos en este punto desde antes del amanecer y ya estaba usted durmiendo en el coche. Y como  el sol le está dando de plano, se  va a asar de calor...

LA INVASIÓN

Las palabras resonaban de roca en roca, el eco llevaba la arenga hasta los últimos rincones de aquellas breñas en que la tribu había encontrado refugio seguro ante las raras invasiones de tribus hostiles que, de vez en cuando, osaban atravesar la mar tenebrosa y bravía que, casi inexpugnable marcaba una frontera segura frente a los bárbaros que venían de allende las sombras del medio día.
Más de una vez habían visto cómo el inmenso brazo de mar se llevaba hacia sus entrañas a aquellos osados navegantes que intentaban en vanos esfuerzos domeñar su corriente.
Sólo en escasas ocasiones y de forma dispersa habían sido holladas aquellas arenosas y traidoras orillas por el enemigo de allende la mar.
El emisario de la tribu llegada desde los fríos, estaba llegando a la exaltación máxima.
-¡Amigos! ¡La unión entre nuestras tribus hermanas se hace ahora más necesaria que nunca!. ¡De allende las aguas procelosas extraños individuos nos acosan y amenazan, secuestrarán nuestras esposas e hijas!. ¡Acabarán con nuestros ancianos consejeros!.  ¡Sus dioses, suplantarán a nuestros dioses...! ¿Vamos a permitir tamaña infamia?
Su mirada, penetrante y agresiva recorrió todos y cada uno de los rostros de aquellos vecinos. Habían sido varias lunas a caballo para allegar refuerzos, para conseguir el apoyo de aquellos hombres que, todo hay que decirlo, eran más dados a la canción y al trabajo que a la lucha...
Pero ahora... ahora se hacía más necesaria que nunca su ayuda.
-¡Además! ...Esta vez vienen por todas partes- continuó su arenga, ya con voz debilitada por tan extensa perorata-  por las tierras del frío, por el gran río y con el sol del amanecer... Sus caballos son veloces, sus armas son agudas, de gran dureza  y longitud, como brazos de gigante...
Se detuvo, esperó el grito de guerra de aquella gente, buscó sus rostros desfigurados por el pavor...
Desde el fondo sonó mi voz. En tono comedido y respetuoso, procuré no irritar más  de lo debido a nuestro exaltado visitante:
-¿Es cierto que sus armas son tan peligrosas como decís? Pero...¿No es cierto, también, que sus tejidos y esculturas son de una belleza y elegancia inimitables?
-¡Todo eso es cierto!.Pero ¿qué importa esto último?
-Pues ... ¿Y si les cambiamos nuestro vino y nuestro aceite por sus tejidos y sus esculturas? Aquí paz y después gloria...
-¡Eso, eso! –gritaron las mujeres nada deseosas de viudedades y trifulcas.
El emisario, venido de la Celtiberia, cabizbajo y deprimido me miró con todo el odio de que era capaz:
-¡Tartesios de mierda...!

El SECUESTRO



“Nunca me podía imaginar que una cosa así me pudiese suceder a mí. Ni soy  un famoso que pueda dar fama a la noticia de mi secuestro, ni tengo un capital susceptible de suministrar un rescate apetitoso a nadie, ni milito en partido, por consiguiente, ¿quién podría tener interés en hacer de mí una víctima de secuestro alguno?

Y sin embargo, aquí estoy, en una habitación sin ventanas ni apenas luz. Una silla, una mesa y un catre viejo, polvoriento y sucio. En uno de los cajones he encontrado un bolígrafo y unas cuartillas arrugadas que, al menos espero puedan servir de testimonio de este secuestro.

Si bien he de reconocer que hasta ahora no he sido maltratado ni desposeído del reloj, esto, en cierto modo, no hace sino crear aún más inquietud en mi interior, los minutos se me hacen horas, mis ojos van una y mil veces hasta la esfera de este martirio lento, atroz, desesperanzado... Por todos los medios he tratado de hacer ver a mis vigilantes que carezco de interés para ellos, pero sus miradas de desprecio y burla son la única respuesta que recibo. Como mucho, un “no es para tanto, joder, ya te enterarás de lo que vale un peine...”.

Ni siquiera unos versos de despedida dedicados  mis seres queridos han podido salir de este bolígrafo soez, vueltas y vueltas, cada una de sus estrías, de sus manchas y suciedades me han mirado sin conseguir despertar en mi cerebro el más mínimo verso capaz de trasladar esas inquietudes y miedos que recorren mi espalda como si de una corriente eléctrica se tratase...

Nunca había sospechado cómo es posible que en apenas unos segundos tu vida pudiese pasar ante ti con tal velocidad. Y lo que aún es más desagradable, lo peor de ti, tus errores, tus fallos, tus desprecios... No puedes menos que despreciarte a ti mismo, que odiarte por esos detalles que tuviste con quienes te rodean, por esas respuestas inoportunas, por tus desprecios... ¡Dios mío! Una y mil veces he prometido en estos minutos que nunca volverán a pasar. Mis plegarias suben como cohetes hacia un cielo de cuya existencia tantas veces me he burlado... Y todo, por este secuestro cuyo alcance no he llegado a comprender..

Un ruido en la puerta  ... esconderé esta vieja cuartilla, testigo de mis últimos momentos...”

- Bueno, bueno, bueno... -dijo uno de los que penetraron de forma violenta.
- Este es el individuo que os ordené... Ja, ja, ja... –respondió el que parecía ser el jefe.
Tras él, un joven con una guitarra eléctrica, el amplificador correspondiente y  sonrisa en su rostro que demostraba su felicidad.

-Bueno, hijo –habló el jefe- ¿no querías dar un concierto? Pues que te aguante este infeliz y a ver si aprendes de una vez a tocar sin desafinar. ¡Leche!

LA DIMISIÓN

-En primer lugar, quiero dejarte una cosa muy clara: DIMITO. Si, así, con mayúsculas. Mira, yo comprendo que este es mi trabajo, que de acuerdo con tus órdenes, que para eso eres el jefe de todo ese cotarro, mi misión es la de vigilar y proteger a esta buena señora. Y yo, amén.

Pero es que esto ya se pasa de castaño oscuro, jefe. Mira, hace algún tiempo y para que le sirviese de escarmiento, ejecutamos la hipoteca que había sobre todas sus propiedades, recuerda que tenía inversiones en todas partes. Ya ves, hasta se le podía aplicar aquello de que en sus dominios no se ponía el Sol...

Pues nada, administró todos aquellos capitales tan pésimamente que sus trabajadores acabaron por independizarse y montaron con los restos de aquella poderosa industria una serie de  empresas que, por cierto,  no sé si por imitar a su antigua dueña,  acabaron por ir a la ruina y caer en manos de gente venida de fuera que se limitaba a quedarse con los beneficios y no reinvirtió nada en las viejas empresas.

Luego, no sé si te acuerdas, cuando sus vecinos se liaron entre ellos de pleitos nada edificantes por un quítame allá esas clientelas para mis negocios, pensamos que por una vez, la prudencia presidió sus actuaciones, ya ves, entonces llegamos a pensar que había escarmentado en su propia cabeza y por eso evitaba entrometerse en las peleas de sus vecinos. Hasta se recuperó un poco económicamente y, confiados que fuimos, nos creamos la ilusión de que por fin se había impuesto la sensatez. ¿Consiguieron algo?. Nada jefe, nada.

¿Comprendes ahora por qué  estoy ya harto de ejercer de vigilante-protector de esta señora? Hombre, aunque no sea nada más que por el tiempo que llevo en este destino, creo que me merezco algo más tranquilito.

-Que no hombre, que no. ¿Pero tú crees que si le encargamos a otro la vigilancia y protección de esa señora vamos a conseguir algo más? Mira, tú la conoces como si la hubieses parido, vaya que desde su infancia, has estado destinado en tareas de protección con ella. Y además, que todo se sabe por estas dependencias, que el cariño que le tienes es de todos sabido.

-No, si ya. Si al final va ser cierto eso de que quien bien te quiere te hará llorar. Y a mí debe quererme también una barbaridad, porque no me veas el tiempo que lleva haciéndome sufrir. Desde chiquitina, ya ves.

Pero, a lo que íbamos jefe, ¿Qué hizo con el capitalito que juntó a costa de las peleas de sus vecinos? Que se lo gastó en juergas y francachelas. Podía haber reinvertido los beneficios en mejorar la empresa, ¿de acuerdo? Y no me lleves la contraria, que tú, que estás encima de todo bien que me lo comentaste, “de esta levanta cabeza, Santiaguiño”. Pues nada de nada, amado jefe. Y mira que cuando montó la bronca con su misma familia, que por cierto fue un escándalo para todo el vecindario, la sometimos a un control policial de aquí te espero un porrón de tiempo. Pues bien, en cuanto que la dejamos de vigilar y recuperó la libertad total, ahí la tienes otra vez con la empresa manga por hombro. Y ahora, con el euro, venga a disparar los precios y a quererse aprovechar de los despistes de los pobre clientes con el redondeo y todas las granujerías que se le están ocurriendo.

-Pero hombre, Santiaguiño, ¿tú no crees que algo ha mejorado?

-¿Qué ha mejorado? Bueno, algo sí, para que nos vamos a engañar, las peleas de familia no son lo que eran... Pero ahora... Fíjate, por ejemplo, en la que tiene liada con los inmigrantes clandestinos, mucho quejarse de que son unos delincuentes, pero bien que se aprovecha de ellos pagándoles dos perrillas por el trabajo a destajo... Y yo, venga, de angelito protector, que te digo que no, vaya. Que dimito, jefe. ¡¡¡QUE DIMITO!!!

-¿Y qué hacemos? ¿ Bueno, a otra cosa, qué destino quieres tú ahora, Santi..?

- A Timor Oriental aunque sea. Dios mío. ¡¡¡¡¡Que ya estoy harto de ser el Santo Patrón de España!!!!!.

EL CARROÑERO

 -Compañeros, amigos todos:
Como es sabido por muchos de vosotros, el aumento constante en cantidad y en extensión, de nuestra actividad, exige la precisión y la determinación de las condiciones de las actividades apropiadas. Los superiores principios ideológicos, condicionan que un relanzamiento específico de todos los sectores implicados habrá de significar un auténtico y eficaz punto de partida de toda una casuística de amplio espectro.
-¿Te das cuenta, Josemari? Este tío lleva hablando un rato sin decir absolutamente nada.
-Espera, no te fíes, Javier, que esta gente no sabemos nunca por dónde van a salir.
-Tras esta breve introducción –continuó el conferenciante- entremos de lleno en el tema que nos trae hoy aquí. Como sabéis estos aves carroñeros. Porque debéis saberlo, son unas aves carroñeras, se alimentan y viven a costa de lo peor que pueda caer en sus manos.
Escudándose en su presencia, agradable, elegante, distinguida si queréis, se esconde un animal realmente soez. Sus bajos instintos, ocultos bajo la figura de un ave grácil, veloz, resistente, llena de vitalidad, brotarán de su organismo a la primera ocasión que se presente. Sí, porque son eso, pájaros que subyugan con su presencia. Animales que encubren su tendencia a la agresión, sus deseos de imponerse ante cualquier eventualidad o peligro y de sobrevivir a estos a costa de lo que sea.
-Te lo dije, Javier, este hombre entra a saco en el tema que le interesa a las primeras de cambio... –comentó  Josemari, casi en un susurro al oído de Javier.
La mirada del conferenciante se dirigió a nuestros oyentes inquisitiva y acusadora. Estos guardaron silencio anonadados ante aquella petición de silencio que sólo ellos captaron en toda su intensidad.
-Salid al campo. Salid a cualquier sitio –continuó la conferencia- y allí lo encontraréis. El ave ha extendido sus dominios a todo el territorio. Ha salido de su ámbito propio y reducido a que estaba limitada. Voraz y destructora se ha impuesto a todos los demás y si pudiese, destruiría sin piedad a cualquier otro contrincante que ose desafiarla.
Esa es una de las causas de que hoy, nos hayamos reunido aquí, para debatir en este coloquio, para estudiar las posibles soluciones a este problema, a la invasión de que estamos siendo objeto por estos carroñeros. Sí, señores, a la invasión por parte de la dichosa gaviota de todos los terrenos a su alcance. Cierto que estamos en un momento en que todos los estudios realizados por expertos nos llevan a la conclusión de que hemos de respetar el ámbito de todos y cada uno de los organismos que deambulan por nuestro país, pero no es menos cierto de que se hace necesario poner coto a esta dominación de que estamos siendo objeto. En cualquier momento, y lo digo con conocimiento de causa, estos son animales  insaciables que serán capaces de destruirnos si pudiesen...
-No lo soporto más, Javier, vámonos inmediatamente de aquí, ¡Este hombre está llegando al insulto!.
-Tranquilo, Josemari, tranquilo, que este hombre es biólogo. Que no está hablando de política. Si lo sabré yo. Que es extranjero, hombre.

EL JUGADOR

Querida esposa:

Hoy ha sido demasiado para mí. Luisita, sabes muy bien que desde que nos casamos  pocas son las veces que hemos tenido problemas realmente graves.

Ya ves, mi gran preocupación cuando nos conocimos y me enamoré como un tonto de ti, era que iba a tener que olvidarme del fútbol los domingos. Pues llegó el primer domingo que salimos por la tarde y no se te ocurre otra cosa que decirme que te encantaría ir a ver el partido del Betis. ¡Del Betis, nada menos, Dios mío! El alborozo me hizo dar tal cantidad de saltos que las personas que caminaban a nuestro lado llegaron a confundirme con un canguro.

Pero no quedó ahí la cosa. ¿Recuerdas el invierno aquel en que llovió más que cuando se ahogó “Bigotes”?  Entonces fui yo quien se planteó la posibilidad de proponer, casi con el miedo metido hasta los tuétanos, que una partidita de tute subastado sería una buena posibilidad para entretener aquellas tardes frías y grises... Llegamos al estanco a comprar un paquete de tabaco, distraídamente, como quien no quiere la cosa, cogí una baraja de cartas, la acaricié como quien acaricia la piel suave de la mujer amada... Tu, mirándolas de forma arrobada me las arrebataste de entre las manos para continuar las caricias que casi a hurtadillas yo les había regalado. Con la más inocente de las intenciones me preguntaste que si sabía jugar al tute subastado. Casi sin poder contener la emoción,  me limité a proponerte echar una partidita y contarte alguno de los trucos de aquel juego... A la primera partida, cantaste las cuarenta, las veinte en bastos, las diez de últimas y, para más INRI, me comiste los tres treses... Desde entonces, nunca nos han faltado nuestras partidillas de sobremesa, nuestras inocentes apuestas de un par de durillos o de euros para darle algo más de emoción al juego...

A partir de ahí, todo fue una serie de coincidencias que hacían de nuestra vida un continuo encuentro de placeres comunes. Si el Rock era una de mis preferencias musicales, a ti te encantaba Elvis. Si tú disfrutabas visitando el Museo del Prado, Velásquez era para mí un artista inconmensurable.

El año que yo quería pasar las vacaciones en los Pirineos, antes de que yo te dijese la más mínima palabra, tú te presentaste el día de mi santo con todo un equipo de montaña...

Y hoy... Hoy precisamente,  cuando se cumplen nuestras Bodas de Plata, tú has venido a poner sobre la mesa, con toda la crudeza de que eras capaz, una desconfianza hacia mi persona que nunca pude imaginar. Sí, tú, mi amada Luisita, mostrando tu desconfianza, preguntándome qué he hecho de los último veinte euros que me diste. Tú, mi amada Luisita, culpándome de derrochón, cuando sabes que miro por la última pela como si fuese mi alma...

Sí. Luisita, sí. Hoy me has herido en lo más profundo de mi ser. Tu desconfianza me ha parecido totalmente injustificada y te lo voy a explicar de la forma más cruda y verídica:
¿No has observado que hoy tienes en tu monedero veinte euros más? ¿Acaso no recuerdas que ayer me dejaste más pelado que a un quinto en la última partida?


                 EL INOCENTE


  Uno, la verdad, no es que sea muy listo, verán ustedes, leer sí que sé y lo de escribir, qué quieren que les diga, me hago un lío con lo de las muditas esas, hache, creo que se llaman y que si la ge, que si la jota... yo qué sé. Ahora, que tonto, lo que se dice tonto, tampoco lo soy. Y claro, como el gato escaldado del agua fría huye... uno que  se sabe aquello de que "qué buenos semos... mientras comemos", no  tiene más remedio que mirar con desconfianza a los litris esos de la capital, que se creen que lo saben todo y cuando llegan al campo,  pues ya ve, habría que preguntarles que qué sabe el conde de calar  melones porque ya lo decía el otro, que cada uno en su casa y Dios en  la de todos.

Pues a lo que íbamos, señores, que esos tipos de ahí se creyeren que  este menda, por ser de campo era lo que no era y como dice el sabio:  a bicho que no conozcas, no le pises la cola. Bueno, pues eso, que me pisaron la cola y se lió la marimorena. Qué quieren que les diga.

 Llegaron esta mañana bien tempranito, miren ustedes y venían de bien  plantados que parecía que los habían sacado del anuncio ese del "camel", sus gorritas, sus macutos, sus botas relucientes... vaya  que parecían muñequitos reciensacados del chinero de mi abuela que en  gloria esté. Lo primerito que hicieron fue preguntarme por el camino  de la burra y bueno, uno que es de natural educado, pues fue y les dijo por donde anda el camino de la burra, total, que como a buena  gana de bailar, poco son es menester uno esperaba que esta buena  gente se fuese por donde debía y lo dejaran tranquilo en su faena. Pero que si quieres arroz Catalina, los señoritos se me plantan que si hay mucho barro, que si cuando iban a barrer los caminos, que mire señor labrador, que a ver cómo iban ellos a poder pasar por aquel  camino de cabras... Nada, que a mí, que no soy ni mozo ni viejo, pero  que de las dos cosas ando ya catando, me vino a las mientes lo de que si el mozo supiera, y el viejo pudiera, ¿qué se les resistiera? Y  nada, que yo me pensé aquello de que si a tu vecino quieres mal, mete las cabras en su olivar y para allá que me fui. Miren ustedes.

Muy requeteeducado, como quien no quiere la cosa me acordé de que si  entre burros te ves, rebuzna alguna vez y lo dicho, que me puse a  rebuznar como los cursis estos y parece que les sentó muy mal. Vale, llevaban razón pero no olviden que quien se pica ajos come y que quien siembra vientos recoge tempestades, que ya lo dijo el cura un  domingo en la parroquia... que donde las dan las toman.

Pues a lo que íbamos, yo, a la vista de lo pinchos que venían,  relimpios como los chorros del oro, pensé que como nunca te acostarás sin haber aprendido algo nuevo, estos niños de capital iban a  aprender pero que ya, su lección de hoy.
  -¿Quieren ustedes ir por el mejor camino a la Fuente de la Burra? Es  un poco más largo pero el sendero va entre piedras y se ensuciarán  menos ustedes las botas... En fin ustedes dirán...
  -Hombre, haberlo dicho antes... ¿Cuánto se tarda por ese camino?
  -Un par de horas. Media hora más que por el corto, pero eso sí, hay  menos tierra. Y barro, lo que es barro... sólo la Pasada del Molino, una pasada de ocho o diez metros, nada más.

Total, señores, que tomaron la senda larga y si te he visto no me  acuerdo. Eso fue todo. ¿Quién me iba a decir a mí que esta buena  gente iba a pasar por la Pasada del Molino justo en el momento en que  yo abrí las compuertas? ¿Es casualidad o no es casualidad? Y claro,  lo que pasa, que como decía el otro, supo por donde entró, no por  donde salió, les cogió el chorro de agua desde lo alto del molino y catapún aquí abajo los recogí.

Qué cada día hay algo nuevo bajo el Sol, señor guardia, y como susto  meado, mejor que sangrado, aquí paz y después gloria, que tantas  veces va el cántaro a la fuente, que al final quiebra. Y no olviden  los señores que más vale un puñado de experiencia que un almuerzo de  ciencia y que no se puede hacer caer dos veces al zorro en la misma trampa...

          

Y EL CULPABLE ...

 
Ante todo, dignísimos gestores de la ley y el orden, he de manifestar que me he sentido estupefacto ante la incuria y el desparpajo de este individuo que, a simple vista, se muestra como un vulgar y pedestre desarrapado.
Habrán de reconocer que el disfrute de los placeres que nos brinda la madre naturaleza es un derecho inalienable, derecho que debe primar ante cualquier tipo de individuo que atente contra él. Sobre todo si consideramos que es de nuestro patrimonio de donde se detraen, a través de los impuestos que el Gobierno de la Nación se digna recaudar, los gastos que el mantenimiento de los referidos placeres devengan en orden a su mantenimiento.
Dicho esto, a manera de introducción, paso a referirles los eventos acaecidos desde el momento en que intentamos proceder al disfrute de los paisajes y parajes que nos rodean hasta este preciso instante en el que me presento ante ustedes de esta guisa descomedida de la que, en modo alguno, soy responsable.
Obnubilados ante esa maravillosa combinación de ocres, verdes y grises que en sus más diversas tonalidades son ornato, orgullo  y solaz de nuestras mentes, decidimos, convenientemente equipados con los materiales más idóneos que el el mercado se ofrecen al consumidor, proceder a iniciar nuestra andadura por estos inconmensurables parajes.
Como quiera que, hasta nuestros oídos había llegado la fama de los parajes y arboledas que orlan los aledaños del llamado “Camino de la Burra”, decidimos que ese sería el inicio de nuestra jornada campestre y montañera que había de servir no sólo de esparcimiento y descanso, sino también de sedante del stress que consume nuestros sufridos cuerpos en las ingentes labores de gestión a que nos vemos sometidos en la urbe.
Pues bien, continuando con el relato de nuestros avatares, les diremos que observando que el patán aquí presente desarrollaba sus labores en un rico vergel (huerta, nos dijo él en su vulgar dicción), supusimos que debería conocer estos parajes con la suficiente competencia como para saciar nuestros deseos de cognición. Fue esta y no otra la intención que nos guió hasta él para inquirir sobre el sendero referido: el camino de la burra.
La respuesta de este individuo no se hizo esperar, con gesto enérgico nos indicó una especie de línea que discurría entre fango y piedras lo que, de haber seguido sus sugerencias, hubiese incidido grave y negativamente tanto en nuestra propia integridad física como en la de las prendas de vestir y equipo que portábamos. Indignados por su respuesta volvimos a indagar sobre la idoneidad del lugar que nos indicó y acerca de su evidente mala utilización y cuidado por parte  de los usuarios. Eran evidentes las carencias que el referido lugar manifestaba en orden al mantenimiento y, por consiguiente, habitaban en nuestros cerebros fundadas sospechas sobre la inadecuación del supuesto sendero.
Al manifestarle nuestras sospechas sobre esa falta de idoneidad, el campesino se limitó a informarnos sobre la existencia de otro sendero o camino que nos llevaría al lugar en que la madre naturaleza se muestra en su magnificencia suma por aquellos parajes y que constituía la meta del llamado “Camino de la Burra”: la “Fuente de la Burra”.
Fue entonces cuando el jayán nos indicó otro sendero que, aunque de más largo recorrido que el anterior, se nos presentaba como más seguro y limpio, indicándonos, eso sí, la necesidad de cruzar por una tal “Pasada del  Molino” en la que posiblemente sí encontraríamos unos metros algo menos seguros ...
Pues bien, fue al atravesar este paraje cuando desde las alturas, como si del derrumbe de una fontana se tratase, una fuerte corriente de agua inundó el sendero arrastrando torrente abajo todos nuestros enseres, pertenencias y personas hasta depositarnos con la presencia física que ustedes contemplan en este mismo lugar.
Tras este relato, el Sargento de la Guardia Civil, miró detenidamente al campesino. La pregunta no se hizo esperar:
-¿Y afirma usted, señor Nicolás que no abrió las compuertas del molino de manera intencionada en el momento de pasar los señores  excursionistas?
El campesino miró a unos y otros y con una media sonrisa que pugnaba por salir de sus labios, se limitó a afirmar:
- Mire, mi Sargento, lo que está muy clarito es que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena, ya saben ustedes que donde las dan las toman y que donde fueres, haz lo que vieres.
 

- Manolo Cubero-