Marta y yo

Nunca confesé nada de lo que voy a contar ahora porque que no quiero que me llamen loca y que me encierren, aunque hoy siento que debo hacerlo para no ahogarme.
Yo, señores, he convivido con un fantasma. Sí, han oído bien,  un espíritu.
Se llama Marta y, cuando aún vivía, compartíamos piso.  Al principio su carácter demasiado bullicioso contrastaba con el mío. Soy más bien introvertida y seria, no dejo entrever ni un ápice de mis sentimientos, tal vez para que no los pisoteen. Ella decía que me da miedo sufrir pero que para evitarlo también me pierdo momentos bellísimos.
Al poco tiempo había ganado mi confianza, cosa harto difícil, aunque nada era complicado para ella si se lo proponía. Y se lo propuso, ya lo creo.  Se convirtió en mi mejor amiga, la única persona con la que pude hablar de todo lo que llevaba dentro y así, sin darme cuenta, fue mi maestra, mi guía, la que me enseñó a disfrutar y a extraer hasta la última gota de los instantes buenos que nos depara la existencia.
Un día no se levantó a la hora. Siempre era la primera en hacerlo, por eso me extrañó no verla en la cocina y fui a su habitación  diciéndole:
 -Despierta, dormilona, llegarás tarde a clase, venga, levanta.
La sacudí intermitentemente hasta que comprendí que no estaba dormida: estaba... MUERTA.
Mi grito se oyó en toda la finca. Los vecinos, alarmados, llamaron a la puerta y abrí sollozando,  rota por el dolor.
Los médicos dijeron que había fallecido durante el sueño, parece ser que le dio un infarto y ya no despertó.
No podía creerlo, tenía 21 años, una carrera a punto de terminar, estaba llena de energía, de ganas de comerse el mundo.
Me hundí en una depresión de la que parecía imposible que saliera. Era la única persona en la que había confiado, y desapareció de repente, sin darme tiempo a asimilarlo.
Poco a poco, el dolor fue remitiendo, empecé a regresar al mundo real mucho más feo que antes, más insípido, sin alicientes.
Una noche, después de bañarme, ya en la cama,  oí como caía el agua en la bañera. Fui a ver y comprobé que el grifo estaba totalmente abierto, un gran chorro salía por su boca. Yo sabía que lo había cerrado y creí que se habría roto. De repente, cuando quise comprobar lo que pasaba, el grifo se cerró ante mis ojos, -sí, como les cuento- empezó a dar vueltas como si una mano lo estuviera cerrando... Lo raro era que no había mano.
Esa fue la primera cosa extraña que me sucedió.  La segunda fueron unos guantes.  Miré por todos lados buscándolos y no encontré más que uno, el de la mano izquierda.  Deduje que lo habría perdido en algún sitio por lo que cuando salí para ir a clase y cogí el coche,  revisé de arriba abajo comprobando que allí no estaba. La sorpresa fue cuando, al cabo de dos días, apareció justo encima del volante... vamos, que era imposible que no lo hubiese visto antes.
A partir de ese momento los casos se fueron multiplicando. Grifos que se abrían y cerraban ante mis ojos, libros que volaban, objetos que desaparecían y aparecían. Llegaba a casa aterrorizada porque no entendía nada,  incluso pensé en cambiarme de piso  pero los alquileres estaban por las nubes y con mi exigua paga no me lo podía permitir.
De pronto, sin saber cómo, comprendí que todas esas señales querían decir algo, alguien quería ponerse en contacto conmigo y no podía  porque yo le negaba la entrada. Pensé en Marta, no podía ser nadie más... y empecé a tranquilizarme. Al comprender,  entró en mí una gran paz, sabía que ella nunca me haría daño.
Al llegar a esta conclusión, fue como si se abriese una puerta que estaba cerrada y mi amiga entró en mi espacio. Oí su voz claramente diciéndome: “joder, tía, ya era hora. Estaba a punto de expirar el plazo que conseguí de arriba. Si que eres dura de entendederas”
Le pregunté la razón de su vuelta y me respondió que se fue de repente, sin acabar su trabajo y sin tiempo de despedirse. Sabía que yo no estaba preparada todavía para seguir el camino sola y que la necesitaba. Su partida imprevista me reafirmó más en la idea de que no hay que dar demasiado de una misma porque siempre te abandonaban, de una manera u otra.
Pero ella no quería que creyese que también me había dejado tirada y por eso pidió un plazo de 3 años para estar conmigo y enseñarme a vivir con optimismo.
A partir de ahí, vino a mi lado a todas partes, aconsejándome, riñéndome si era necesario, ayudándome en todo... incluso cuando estaba con un chico iba diciéndome lo que tenía que hacer, cómo actuar para que no saliera huyendo como me sucedía siempre antes.
Sin ser consciente de ello, cambié... un cambio radical, en mi forma de ser, en mi forma de vestir. Mi autoestima subió y subió.
Y ella allí, siempre conmigo, siempre apoyándome.
Hoy lo cuento porque estoy desesperada. Hace una hora que expiró el plazo que le habían dado allá arriba, y después de una despedida que ella quiso que no fuese traumática pero que lo fue, desapareció de mi vida.
Me ha dejado. Eso sí, se aseguró de que terminase la carrera, que consiguiera un buen trabajo (soy directora de un hotel de cuatro estrellas) y  me convirtió en una mujer totalmente distinta.
Sé que soy egoísta, que ella tenía que irse algún día... pero no puedo dejar de lamentarlo, de añorarla. Tal vez, algún día, volvamos a encontrarnos.

- Araceli García. Palma de Mallorca-