La Puri

 

La Puri estaba aterida de frío. Con sus pantaloncitos cortos de color granate, el top negro que apenas tapaba sus fláccidos pechos  y subida en unos zapatos de tacón altísimo que convertían sus paseos entre la esquina de la plaza San Antonio y las Avenidas en una odisea,  esperaba a los clientes.

 

Hacía una noche de perros. Parecía invierno y eso que apenas estaba iniciando el mes de septiembre. Casi estaba por marcharse a casa. La  verdad es que era un mal día; entre el fútbol y la catástrofe de Nueva York apenas circulaban coches y las calles estaban vacías, excepto esas nigerianas que venían a quitarle la poca clientela que tenía.
 

Lo que había visto en la televisión le dejó mal cuerpo y no se sentía especialmente motivada. Si no fuera porque necesitaba el dinero para su dosis diaria ni siquiera habría salido. 

 

Sin darse cuenta empezó a acordarse de la última pelea con Toni, su hijo. No habían pasado tantas horas, así que la recordaba con nitidez.  En mala hora se le ocurrió entrar en su habitación ¡joder! prefería no haber visto lo que vio. Aquella bolsita con un montón de pastillas de todos los colores… no podía ser, su Toni, su niño, enganchado a aquella mierda; por la cantidad que había también traficaba. Demasiadas para su propio consumo.
 

La cogió y fue directamente al salón. Allí estaba, tirado en el sofá, con los cascos puestos, escuchando aquella especie de música aberrante.
Con rabia se la tiró encima de la mesa, preguntándole -¿qué es esto?-
 

Nunca olvidaría la expresión de su cara ni el odio que rezumaban sus palabras.
-¿Qué pasa, tía?,  ¿no te he dicho mil veces que no entres en mi habitación? ¿quién te crees que eres, revolviendo en mis cosas?
-Explícame qué es esto. ¿En qué lío te has metido?
-A ti que te importa.  Di, ¿quién eres tú para interrogarme? Una drogata miserable, eso es lo que eres.
-Soy tu madre-  se atrevió a decir, asustada por la violencia de sus gestos.
-Nadie, no eres nadie. Déjalo ahí, ni lo toques.  Yo, por lo menos, no me meto la porquería, soy más listo. No tengo que tirarme a nadie para conseguir ese veneno.
Puri bajó la cabeza y empezó a llorar.
-Lo voy a dejar, Toni. Te juro que lo voy a dejar. Mira, si quieres, entre los dos podemos ayudarnos. Yo dejo de pincharme y tu las devuelves ,  ¿vale?.
-Mira, ¡olvídame! Al fin y al cabo nunca has pensado en mí para nada.
¿Acaso te has preguntado lo que siento cada vez que un amigo me dice que te ha visto? ¿las veces que he tenido que aguantar bromas y risitas irónicas? ¿lo que sentí la primera vez que me dijeron que mi madre era una yonki y una puta, antes de que yo supiera lo que significaba?  Las veces que me he pegado en el colegio por tu culpa, hasta que dejé de ir porque me moría de vergüenza. No, ahora ya no te necesito ni te quiero en mi vida. Te puedes morir de una sobredosis que no te lloraré, al contrario, será un alivio para mí.


Puri  se dio media vuelta, llorando, mientras Toni continuaba gritando.
Se encerró en la habitación, puso la tele en marcha y entonces aparecieron aquellas imágenes terroríficas.
 

Por un momento deseó estar en aquella torre y morir allí. Por lo menos, sería recordada como una víctima del terrorismo, una mártir…
 

De repente, el ansia tan conocida la sacudió y comenzó a arreglarse.
Tenía que salir… tenía que salir.

 

 

- Araceli García. Palma de Mallorca-