Historias de Internet

María era viuda y ahora, con 60 años acababan de jubilarla forzosamente. 

 

En el silencio de la sala revisó una por una las posibilidades que le ofrecía su nueva vida de mujer libre y las salidas que tenía para paliar su soledad, alguna vía que le permitiera escapar de ella y no caer en la depresión que se estaba gestando en su interior lentamente.
 

Su amiga Nuria le habló de una Asociación para la 3ª Edad en la que podría encontrar compañía y realizar actividades que la mantendrían entretenida. Se atrevió a ir un día, más por curiosidad que otra cosa.

 

Cuando entró ya supo que ella no tenía  nada que ver con las personas que estaban allí jugando al bingo y peleándose por los cartones cuando los repartían. No… aquello no era lo que buscaba, no era su sitio.
 

Aquel día, su hijo le había estado hablando de Internet. Por lo visto era algo que servía para todo, como los tampax. Podías viajar (aunque fuese virtualmente), conseguir información, jugar, hablar con personas de casi todo el mundo, incluso le dijo que se podía ligar a través del ciberespacio, como le llamaba él.  Así que pensó: ¿por qué no probar? Comenzó por buscar una academia para hacer un curso básico que le permitiese sacarle partido a la compra del ordenador, que era el siguiente paso.

 

Una vez acabado el curso, en la misma academia la pusieron en contacto con una empresa que le vendió el mejor aparato a un precio especial por ser pensionista. Se portaron realmente bien, instalándole todos los programas y dejándoselo a punto para empezar su aventura cibernética.
 

Esa noche, su hijo la inició en el tema.  Le instaló el Facebook y páginas de chat contándole que había varios canales, como podría entrar y la mejor forma de dirigirse a las personas que la saludaban, etc., etc. Estuvo con ella unas horas y después se fue, mientras María continuaba con su nueva actividad.

 

Al principio se presentaba tal y como era, jubilada, viuda y con 60 años, no tardando en darse cuenta de que en cuanto decía eso, dejaban de hablar con ella. Así que decidió ser otra persona, dar rienda suelta a su imaginación y divertirse a base de bien, desde el anonimato que le ofrecía la red.

 

De un plumazo o mejor dicho, de un golpe de tecla, eliminó 20 años de su vida y se quedó en los 40. Al fin y al cabo fue la mejor época de su vida.

 

Su físico mejoró notablemente, su pelo cano se convirtió en rubio oscuro, sus kilitos de más desaparecieron como por arte de magia, los michelines se fueron a la porra en una liposucción virtual, nada dolorosa y sin coste alguno. Asimismo, pensó que era hora de cambiar su forma de hablar, ser más descarada, sin tantos tabúes ni complejos… el trabajo de administrativa que había realizado anteriormente no le gustaba demasiado,  por lo que se convirtió en una ejecutiva agresiva, de las que pisan fuerte y ganan muchísimo dinero.

 

Las respuestas favorables a su nueva imagen no dejaron de sorprenderla; desde aquel momento fue una de las más requeridas en la sala. Pasó horas hablando y contando cosas de su nueva y apasionante vida que parecía que entusiasmaba a los hombres que la leían. Cierto era que, a veces, le daba un poco de vergüenza lo que estaba haciendo; realmente estaba tomándole el pelo a aquellos que le ayudaban a pasar las horas, pero dudada seriamente de que las personas que se escondían detrás de aquellos nombres rarísimos y exóticos tuvieran identidad. 

 

Para María, las personas con las que hablaba, no eran personas reales, con un físico tangible… eran solamente letras que aparecían en la pantalla, como si de un juego se tratase.

 

Esa noche el juego se estaba poniendo muy caliente. Llevaba casi dos meses hablando con aquel  que se hacía llamar Eroticus. Realmente, sabía lo que estaba haciendo y lo que decía… iba avanzando cada día un poco más hasta llegar al momento en el que se decidió a atacar de lleno.  Era suave y cálido escribiendo, a veces dulce y otras apasionado.

 

María supuso que se había dado cuenta de que era en el fondo una romántica empedernida porque jamás se dirigió  a ella de forma grosera, a pesar de sus atrevidas incursiones en el mundo del sexo. Despacio pero sin pausa, la envolvía en un estado de excitación especial; era una morbosidad que despertaba en ella sensaciones que creía olvidadas, le sugería las inspiraciones más curiosas y la iba metiendo en un laberinto de fantasías.

 

Aunque nunca habían hablado de temas personales, le contó que tenía 45 años y que era alto, con el pelo entre cano.  Si cerraba los ojos podía ver su mirada pícara, su sonrisa entre tierna y sensual, casi podía sentir como sus dedos largos y finos la acariciaban lentamente, muy lentamente.
 

Sabía que vivía en su misma ciudad y de momento nunca le había propuesto una cita; rogaba para que no lo hiciese, le dolía tener que decirle que no podía y acabar con aquella historia que, aunque ficticia, le alegraba la vida.

 

Todos habían notado el cambio. Se había teñido de rubio oscuro, hizo régimen y perdió algunos kilos de esos que le sobraban; se vestía diferente, cuidando su imagen y  hasta su nuera, riendo, le dijo que tenía un brillo en los ojos que nunca antes le habían visto. Muchos conocidos le habían comentado que parecía más joven. Claro que de eso a aparentar los 40 que Eroticus creía que tenía, hasta ahí no llegaba su metamorfosis.

 

El viernes llegó de la peluquería, entró en casa precipitadamente porque se le había hecho tarde.  Habían quedado a las ocho de la tarde y ya eran las ocho y cuarto; maldijo entre dientes a la peluquera por su lentitud y mientras se ponía cómoda, encendió el ordenador con la esperanza de que todavía estuviese. Escribió con ansiedad la dirección, espero que cargase la página y, por fin, pudo entrar. Suspiró de alivio cuando vio que todavía estaba allí, que no se había ido.

 

Lo saludó cariñosamente y le pidió disculpas por su retraso, diciéndole que una reunión inesperada había tenido la culpa… ¡su trabajo era tan imprevisible! Eroticus lo comprendió y comenzaron a hablar como siempre, de naderías al principio y luego ya de intimidades.

 

De repente, él le dijo que creía que ya iba siendo hora de conocerse; llevaban mucho tiempo hablando y estaba deseando demostrarle su amor, llevar a cabo esas fantasías maravillosas que le hacían soñar cada día con ella.
 

María se quedó con las manos en el teclado, sin capacidad de reacción. Lo que temía ya estaba allí. Empezó a escribir trémula:
- ¿Por qué ese deseo? Así estamos bien, piensa que casi nunca la realidad es tan hermosa como creemos ¿Y sí cuando nos encontremos no es lo mismo, no nos gustamos o no conectamos?
 

La pantalla se quedó en blanco por unos instantes, hasta que las letras empezaron a surgir lentas otra vez.
- Te conozco, sé todo que llevas dentro, tu pasión, tu sensibilidad, tu ternura… tu físico me tiene sin cuidado, yo busco otra cosa, todo eso que sé que me puedes ofrecer. Quiero oírte y ver tus ojos cuando te hablo. No me importa nada más.

 

Las lágrimas iban rodando despacio, mientras leía – bien, todo tiene un final- pensó.  El problema es que quería conocerlo, quería saber como era la persona con la que había compartido tantas horas. Ahora ya no podía creer que fuese solamente una máquina la que le había hecho sentirse tan bien… quiso verlo, aunque él no la viese.
 

Tecleó despacio -bueno, dime dónde y cuándo-
 

- ¿Te parece en la Cafetería Bosch? Llevaré un traje azul marino, una revista en la mano y me sentaré en la barra. A las 8 y media ¿va bien?
 

- De acuerdo, entonces hasta mañana, querido… a las 8 y media. Un beso.
 

Apagó el monitor, quedándose durante unos minutos mirando al vacío, con la mente en blanco. Lentamente fue recuperando la conciencia y se dio cuenta de lo que realmente había hecho; examinó la situación, llegando a la conclusión de que ir allí no suponía nada.

 

Podía quedarse en la barra y observar, al fin y al cabo Eroticus esperaba a otra persona, no la iba a reconocer; jugaba con ventaja, ya lo sabía, pero la curiosidad y el deseo de conocerlo eran superiores a todos los razonamientos que se hacía.
 

Se esforzó en cenar un poco de fruta, a pesar de que tenía el estómago como cerrado y casi no pasaba ni el agua por su garganta; tuvo que confesarse que, aunque se lo negara a sí misma, estaba nerviosa y triste por tener que acabar con una historia que le estaba ayudando a paliar la soledad y le sacudía el aburrimiento de encima.
 

La noche se hizo eterna. Se levantó como diez veces porque el hormigueo que sentía por todo el cuerpo le impedía conciliar el sueño. Al final, consiguió dormirse agotada y saltó de la cama en cuanto amaneció.
 

Pasó el día sin saber cómo; mil veces se dijo que era un absurdo, que no iría, que a su edad esas cosas eran niñerías. Su nuera vino un ratito a hacerle compañía y ella se calló, fue incapaz de contarle nada y eso que, habitualmente, compartían todo.
 

Dos horas antes de la cita comenzó a arreglarse.  El espejo le devolvió una imagen crispada, ansiosa, que compuso como pudo con una excelente labor de maquillaje: Realmente, los cosméticos actuales son una maravilla – pensó – aunque yo ya necesito más una restauración completa que un maquillaje – siguió pensando desalentada.
 

Llegó media hora antes a la cita por lo que se entretuvo un rato en las inmediaciones, contemplando escaparates y echando ojeadas a la puerta de la cafetería para saber quien entraba.  Al cabo de un ratito, se dirigió de forma muy natural aparentemente hacia la entrada, atravesó la puerta, con tan mala fortuna que se pegó un golpe en el codo que casi hace que se le salten las lágrimas de dolor, pero aguantó estoicamente hasta que llegó a la barra; se sentó en un taburete que encontró libre en una esquina y pidió un té con limón.
 

El local iba llenándose de gente y ya prácticamente era imposible contemplar la entrada, así que durante un buen rato contempló el líquido verdoso de la taza, llamándose idiota y mil epítetos más.
 

Cuando ya había decidido irse, sintió que alguien la golpeaba suavemente en el hombro. Se dio la vuelta sobresaltada y encontró la cara de Antonio, el dueño de la tienda de ropa que estaba al lado de la oficina donde había consumido tantas horas antes de jubilarse. No eran grandes amigos. Tomaban café en el mismo bar casi todas las mañanas pero, aparte de un saludo y los comentarios sobre el tiempo, no habían hablado más.
 

Bien es cierto que las compañeras le comentaban que las miradas que le dirigía decían algo más, pero ella siempre respondía con una risita y un ¡cómo sois!  Tenía fama Antonio de tímido y de ser alguien de pocas palabras y la verdad era que físicamente no estaba nada mal. Llevaba sus 63 años con galanura y todavía podía haber conquistado a muchas mujeres si no fuera por esa timidez que comentaban.
 

De todas formas se alegró de verlo y le saludó efusivamente, la sensación de desamparo se evaporó en un momento, por lo menos podría disimular el hecho de que estaba allí vigilante, sin saber muy bien la razón y sin saber siquiera a quien vigilaba.
- Anda, cuéntame ¿cómo van las cosas desde que yo no estoy por allí?
- Ahora voy poco, María. Mi sobrino sabe llevar la tienda mejor que yo y hay pocas cosas que me interesen ya en ella – respondió-
- No digas eso, mira yo, tanto desear estar libre y ahora no sé que hacer con mi tiempo.
- Pues yo te veo muchísimo mejor que antes, pareces más joven y estás… bueno, eso, que estás muy bien.
- Gracias por esas palabras, Antonio. Hoy me hacen falta, sinceramente.
 

La conversación fue intensificándose y, al cabo de un rato, María se percató de que ya no miraba a la puerta y que estaba muy a gusto con Antonio… tenía una mirada cálida y expresiva y su voz era suave, invitaba a las confidencias.
 

Rió mucho con las anécdotas que él iba contando de sus viajes y, en un momento dado, incluso se enterneció cuando le contó que había estado enamorado durante años de una mujer. Esa mujer no estaba a su alcance, dijo, nunca fue capaz de confesarle sus sentimientos, algo se lo impedía.
- ¿Ya no la quieres? – preguntó-
- Sí, si la quiero.
 

Ella se quedó como decepcionada, no entendía porqué pero le molestaba esa confesión.
- Bueno, ¿y tú? ¿qué estabas haciendo hoy aquí? Te estuve observando y parecía que esperases a alguien.
 

Sin comprender el motivo, María empezó a  explicarle  toda la historia. Su ilusión, su ansiedad, lo bien que le hacía sentir aquel hombre y, por fin, la tontería de querer conocerlo.  No quiso comentarle el nombre de guerra que tenía por miedo a despertar su hilaridad.
- Creo que tu me has devuelto a la tierra, Antonio. Estaba viviendo en un mundo totalmente irreal y eso no puede ser sano. Ha sido un placer haberte encontrado pero ya es hora de volver a casa.
- Bien, olvida el tema. Te acompaño. Si quieres,  podríamos quedar para cenar algún día, eso si te apetece, claro.
- Anda, tonto... claro que me apetece. Cuando te parezca vamos a cenar.
 

Paseando y hablando llegaron a la puerta de su casa. Una vez allí, María abrió el portal y se despidió con dos besos y una gran sonrisa - ¿entonces, no te olvidarás... me llamarás? –
- No me olvidaré, no. Además, tenemos que llevar a la práctica muchas cosas ¿recuerdas? Eroticus nunca olvida una cita.
 

Dando la vuelta, se marchó y María se quedo plantada allí, de pie, con la sorpresa tatuada en la cara y el corazón latiéndole a cien por hora. La sonrisa fue volviendo a su rostro en cuanto la verdad fue abriéndose paso en su mente  y se dijo: - Ya preguntaré mañana, éste me las pagará – 

 

De repente, las carcajadas resonaron en toda la escalera.

 

- Araceli García. Palma de Mallorca-