EN EL ESPEJO

Esta mañana al levantarme me llevé la mayor sorpresa de mi existencia ¡ Había envejecido de pronto!.
Por alguna razón, ignorada por mí, los años habían ido acumulándose en algún lugar, oculto y desconocido, de mi misma y hoy, precisamente hoy, decidieron caer en tromba sobre mi cuerpo y mi mente, como una gigantesca avalancha de agua y lodo.
 ¿Por qué no los había descubierto antes? Eso, es algo que ignoro, solamente sé que me apercibí de ellos en el preciso instante en qué mis ojos, soñolientos aún, se afrontaron a la brillante superficie del espejo...,
¡Allí se reflejaba una mujer totalmente desconocida  para mí!.

“La extraña” tenía el rostro tatuado por finas arrugas; la boca cruzada por un rictus de amargura y desencanto; el pelo, lacio y sin brillo, había perdido el origen de su color  y en los ojos cuajada una condena tan intensa y perpetua... que me perturbó vivamente.
¿Quién será? -pensé- ¿Qué le habrá sucedido para que su rostro destile un dolor y una soledad tan penetrantes?
Me dio la sensación de qué lloraba sin derramar lágrimas; de qué era un naufrago perdido en busca de ayuda y, acercándome lentamente, adherí la punta de mi nariz en la fría superficie del espejo...
Mis ojos se enfrentaron a los suyos, en un duelo de titanes sin precedentes para mí; me zambullí en ellos, profundicé como nunca lo había hecho con nada en mi vida y, allí, en lo más profundo de aquella extraña mujer ¡ Me encontré!
Durante un intervalo eterno; rememoré, me apené, me reí y digerí todo lo qué estaba evocando... y me sentí cansada, sí, muy cansada por la suma de experiencias que había acumulado a lo largo de mi vida.
Y es qué la vida cansa, cansa tanto, que engañosa te va cargando la mochila con piedras de absurdos y atropellos; te va escondiendo, en los bolsillos interiores de la ropa gastada; la sonrisa, la quimera y hasta la esperanza y el ímpetu...
Y un día cualquiera, te encuentras con el despropósito de no saber quien eres realmente y con la locura, terrible y absurda, de no reconocerte.
Te apercibes de que has estado cediendo, pedacitos de ti misma, a todo el mundo y, de qué, solamente, has guardado para ti las sobras de ti misma.
Interrogante, enfrentándome a “la extraña” le pregunté:
 ¿Valió...  la pena? ¿Quedará algo de “nosotras” al final?

Te aterras al pensar qué, a esa que tú has visto hoy, es a  la que los demás ven todos los días, y recomienzas tu camino con pasos lentos. El reloj ya tiene mi hora señalada, piensas, y te asalta la amarga sensación de que en realidad no has vivido, solamente has estado imaginando, jugando y soñando que vivías.
Y mirando a tu alrededor, comprendes que lo único que buscas ahora es el silencio, y lentamente te inclinas para recoger los miles de pétalos marchitos diseminados a tu alrededor...
Y te sientes como la pobre marioneta qué, en algún momento de su existencia, soñó que había conseguido poseer un alma...

                                                                 Lola Bertrand