CONFIDENCIAS EN LA DEHESA

 Cuando nací me pusieron de nombre “Nostálgico”, por ser hijo de “Nostálgica”, una preciosa vaca cárdena que, según me comentó Faustino el mayoral,  alumbró, antes de nacer yo, becerros que fueron más tarde toros extraordinarios. Mis antepasados debieron ser famosos, pues he oído que sus nombres figuran en lugar destacado de la Ganadería y en libros de historia de la Tauromaquia.

 Recuerdo los cuidados iniciales que me propició mi madre y cómo Faustino me descubrió tras la retama cuando, tambaleante aún, daba mis primeros pasos.  Ahora, después de cuatro años largos, rememoro la infancia y las conversaciones con Faustino, el hombre que me ha cuidado desde entonces y que apenas hace unos momentos me decía: “Nostálgico, prepárate para embarcar, partimos hacia una plaza de  primera”.

 Contemplo por última vez la dehesa viendo el tranquilo rumiar de la manada de utreros sesteando junto a una vieja encina. En lo alto del cerro  mugen mis compañeros, como queriendo entonar un cántico de despedida. No es un cántico triste, es un bramar esperado, un adiós, un punto y final a cuatro años que quedan atrás; un cántico distinto al que entoné cuando murió mi amigo  “Labrador”, corneado por “Rumiante” en fiera lucha por el liderazgo del grupo.

 “Labrador” debió nacer el mismo día que yo, pues apenas prendió Faustino el crotal en mi oreja -hecho que propició mi primer llanto- apareció tras los matorrales y no lucía el pendiente que ambos llevaríamos, como seña inconfundible de identidad, hasta el día del herradero.

 Demostré mi condición de bravo al colocarme el crotal, pues a la primera reacción de dolor siguió otra de defensa y arremetí contra Faustino que, sonriendo, me dijo: “No seas quejicoso, cuando yo nací me dieron un azote en la nalga”. Fue mi primera lección con aquel hombre que más tarde me herró, vacunó y siguió con atención mi vida en la dehesa.

 El llanto alertó a mi madre que acudió en mi defensa confundido su mugido con el ladrido de los perros que rodeaban a Faustino mientras, a la grupa de un caballo tordo, escribía notas en su libreta. Más tarde me aclaró que en aquella libreta anotó la fecha de mi nacimiento, mi nombre y el de mi madre, cuya identidad descubrió cuando, presurosa, se aproximó a protegerme. ¡Cuánto sabía Faustino!.

 Me fui tras de mi madre, buscando instintivamente y con torpeza su ubre en un primer intento  de saciar el hambre. Salvados los matorrales, apareció ante mis ojos una inmensa pradera de un verdor exuberante, donde una manada de vacas, acompañadas de becerros como yo, interrumpió su pastar al notar nuestra presencia. A lo lejos divisé a Faustino, que se alejaba a lomos de quién luego supe se llamaba“Lucero”. Caía la tarde en la dehesa en este primer día de mi vida, mientras el sol se ocultaba tras el cerro desde donde cuatro años después me dirían adiós mis compañeros.

 ¡Qué dichosa fue mi vida de becerro!. Comer y sestear bajo la atenta mirada de mi madre, siempre protectora, siempre vigilante, atenta a cuanto sucedía en nuestro alrededor. De vez en cuando aparecía Faustino tras la cerca, observando nuestros movimientos, acompañado siempre por sus perros, dispuesto a socorrernos si era preciso. Recuerdo el día en que se extravió “Labrador”  y como su madre le buscó llorosa acompañada del resto de la manada. Todo fue en vano pues “Labrador” no apareció y lloramos su ausencia, hasta que Faustino, a lomos de “Lucero”, le retornó a la manada después de encontrarle mugiendo entre unos matorrales.

 La vida en la dehesa transcurría placentera. Ninguno de los becerros de la camada podía imaginar que pronto el destino nos llevaría a ser apartados del cuidado de nuestras madres. “Nostálgica”, mi madre,  al igual que el resto de las vacas de vientre, ya había vivido esta experiencia, pero su instinto maternal permanecía intacto. No era la misma de días anteriores, presagiaba algo. Ese instinto maternal la llevó quizá a ese estado de nerviosismo que me contagió y obligó a Faustino a cuidar de mí. Fue entonces cuando supe de mi destino, cuando supe de mis orígenes y como, gracias a la fiesta de los toros en España, se pudo perpetuar mi especie.

 Durante el tiempo que Faustino cuidó de mi yo era casi añojo y allí junto a la cerca, alejados del resto de la manada, surgieron nuestras confidencias. Mira “Nostálgico”, me dijo Faustino, “tus antecesores proceden de centroeuropa pero solamente en la península ibérica quedan vestigios de vuestra estirpe y de no haber sido por el pueblo español, que lleva en la sangre la fiesta de los toros, tu no habrías nacido.  Sé que te resultará difícil de comprender, prosiguió Faustino, pues vivirás aquí cuatro años de tu vida, cuatro años en los que contarás con todas las atenciones antes de ser seleccionado para semental o ser lidiado en una plaza importante. Este primer año lo has pasado al lado de tu madre y ahora, junto con el resto de machos de la manada, te irás a vivir lejos de ella. Empezará para ti una nueva vida llena de retos, lo mismo que empezó para mí cuando falleció mi padre y fui nombrado mayoral. Mas adelante, cuando llegues a eral, serás sometido quizá a la prueba más importante de tu vida junto a la de la lidia: la tienta,  aunque es posible que te excluyan de ella y te seleccionen directamente dada tu reata”.

 No entiendo nada de cuanto me dices Faustino, le comenté.¿Qué es eso de la fiesta de los toros en España, sin la cual yo no existiría?. ¿Por qué he de separarme de mi madre?. ¿Adónde nos llevan a los machos?. ¿Qué es eso de la tienta y la lidia?.

 Faustino se sentó y apoyó la espalda en una robusta encina. Echó hacia atrás la gorra que cubría su cabeza  y de un  bolsillo del chaleco sacó una cosa que llamaba petaca y vació en la mano izquierda parte de su contenido, una especie de hojarasca seca; de otro bolsillo sacó un papel y comenzó a envolver la hojarasca mientras me decía:  “Nostálgico”, lo que me preguntas es muy difícil de explicar.  “Mira, tú eres un animal fiero y bravo, uno de los pocos animales, quizá el único, que se crece ante el castigo; un animal que pelea, que nunca se da por vencido, que se defiende atacando. Perteneces a los ancestros del pueblo español, eres parte de su idiosincrasia y no hay apenas lugar en España que no viva sus fiestas sin tu presencia“.

 Interrumpió Faustino su explicación mientras se llevaba  a los labios la hojarasca envuelta en papel. Suspiró y, con la  mirada perdida en el horizonte,  me dijo: “Tienes que separarte de tu madre porque es ley de vida, también yo tuve que separarme de la mía y marcharme a ganar el pan. Existen unos animales de una especie parecida a la tuya que sirven para alimentar al ser humano y para ayudarle en las tareas del campo. Parte de ellos, mucho antes de ser añojos como tú, son apartados del regazo de su madre y llevados a lugares que llaman mataderos, donde son sacrificados. Podría contarte mil cosas que yo me sé hacen con otros animales pero... mejor lo dejamos, me expreso torpemente y quizá te contase alguna cosa al revés“.

 Miré fijamente a la manada de vacas y becerros como queriendo trasmitirles todo cuanto había escuchado, mientras Faustino apuraba hasta el límite el humeante papel lleno de hojarasca que previamente había encendido. Todo era paz en la dehesa, apenas el trino de algún pájaro y el zumbido de las moscas rompía el silencio. Volví la cabeza hacía Faustino y le insistí: ¿Adónde nos llevan a los machos?.

 “En primer lugar, respondió Faustino, sois llevados a un cercado donde se os quita el crotal y se procede a herraros con el número de orden de nacimiento, el hierro que identifica a la Ganadería, el de la asociación a que ésta pertenece y el guarismo correspondiente a la última cifra del año ganadero en que nacisteis. A partir de ese instante retornáis al campo buscando consuelo a lado de vuestras madres, como acto previo a la despedida, antes de separaros definitivamente de ellas. Mas tarde, alguno de vosotros será lidiado en festejos menores y otros disfrutaréis de la placentera vida en libertad hasta que llegue el momento de la tienta, si ésta se produce. Vivirás siempre con los de tu edad “Nostálgico”, de eral, de utrero y de toro; ¡tú estás destinado a plaza de primera!”.

 Hizo una pausa Faustino en su relato, dudando quizá si seguir o no  contándome lo que me esperaba. “Cuando seas cuatreño, dijo, serás lidiado en una plaza de primera. Abandonarás la dehesa y serás llevado junto con seis o siete de tus compañeros y formarás parte de un espectáculo, de un rito, de una ceremonia en la que serás protagonista principal. Demostrarás tu bravura y tu fiereza y colaborarás, junto con el torero que te lidie, en algo muy hermoso, en algo que han cantado músicos, poetas y escritores; en algo que engancha, emociona y apasiona; serás recordado, figurará tu nombre en la Ganadería al lado del de tus antepasados y hermanos, para orgullo del ganadero“.

 No creas, “Nostálgico”, continuó Faustino, que esto es siempre así. “Se corre el riesgo, a veces, de que los hombres -imperfectos ellos- no hagan las cosas bien y te maltraten y sufras. Es algo que puede ocurrir pero, por encima de todo y no se te olvide, existes gracias a esta fiesta y debes sentirte orgulloso pues, no solamente escribirás páginas de gloria en la enciclopedia de la Tauromaquia, también, y gracias a la existencia de tu especie y de la fiesta, seguirán ganándose el sustento miles de familias“.

 ¡Eh!, toro, ¡eh!. Toro, ¡eh! toro. Era la voz de Faustino -que me devolvió a la realidad- conduciéndonos a un cercado donde pasaríamos la noche antes de ser embarcados a la mañana siguiente.

 Contemplé por última vez el cielo extremeño y me recosté junto a la tapia del cercado. Caía la noche y en la dehesa sólo se oía a las cigarras y el mugido de algún semental receloso. Volví a recordar alguna de las confidencias con Faustino:  “....existes gracias a esta fiesta y debes sentirte orgulloso pues no solamente escribirás páginas de gloria en la enciclopedia de la Tauromaquia, también y gracias a la existencia de tu especie y de la fiesta, seguirán ganándose el sustento miles de familias”. Sumido en esta reflexión me venció el sueño.
 
    Tomás Martín Martín

Nota. Los nombres que aparecen en este relato son imaginarios.