Para Araceli. Porque ella sabe de memorias, aromas, vientos, fuegos y palomas.

 

 

El Precio

 

Me tasan el sol que entra en el comedor por la tarde y no puedo evitar sonreírme cuando se habla de números. ¿Quién tasa las palomas en el alfeizar de la ventana?

Me habla  y cita estadísticas, metros cuadrados, tabiques que se pueden derribar, segregar, hacer esquinazos...no me atrevo a pedirle presupuesto del recuerdo de unas zapatillas que todas las noches eran depositarias del cansancio y de mi fe en que todo iría bien siempre. No sé   cómo tasar unos pasos que sólo oigo yo; ni cuánto pedir por la luz en la mañana, cuando el aparador de mis abuelos tiene música…tampoco le hablé  del silencio de la noche en invierno, cuando sólo se escucha  algo que ya no existe: una máquina Singer, por ejemplo, donde en cada puntada se cosió la fe que se tenía en mí.

 

Llega al salón y lo mira: pero no ve las molduras del techo (creo que ciento cuarenta y siete) que yo contaba una a una cuando era pequeña, en aquella cama enorme, viendo en ellas montañas, lagos, ríos...y empecé a inventarme cuentos.

 

En mi habitación dice que el mirador es aprovechable, y le miro y no le digo que a lo mejor vale unos miles de euros, esos que maneja tan bien, remembrar mi mirada desde la calle, hacia arriba, a las diez y media de la noche, y la luz: la luz que estaba encendida porque me estaban esperando con una sonrisa. O las veces que una mano se agitó desde allí, cuando, camino a mi primer tren sola, a mi primer avión sola, me despedían en un tremolar de afirmaciones y orgullo, y "ya lo sabía yo"... ¿Cuántos euros podría valer; podría así subir el precio y comprarme una Casa en vez de una casa, donde   también pudiera llevarme los fantasmas, donde me siguieran unos pasos en el pasillo, donde poder dejar una luz encendida?...

 

Después, dice una cifra. "Negociable", añade. Por supuesto a la  baja, pienso. Me sonríe, me da la mano, lo despido en la puerta, cierro.

 

Regreso al mirador. Se empiezan a iluminar las farolas y recuerdo cuando, desde aquí, alguien entraba y me decía:

-          ¿Qué quieres cenar hoy?...

Contesto al aire nocturno.

- Voy a cenarme todos los recuerdos que nadie comprará jamás.

 

Alena Collar.